Ser santo sin saberlo

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“Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes
tienen la posibilidad de poder sacrificar tiempo de las ocupaciones ordinarias, para dedicar
mucho de ese tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.
Este llamado del Señor es para todos, nadie está excluido independiente de la actividad que
realice o la posición jerárquica o social a la cual pertenece.
Pero ¿Tiene sentido hablar de santidad en un mundo lleno de corrupción, maldad y pecado?
La Palabra de Dios responde, SÍ: “La voluntad de Dios es que sean Santos” (1 Tes. 4,3). 

San Juan Eudes en “La vida y el Reino de Jesús en los Cristianos, dice:

“Nuestra preocupación principal debe ser formar y establecer a Jesús dentro de nosotros y
hacer que allí viva y reine, para que sea nuestra vida, nuestra santificación, nuestra fuerza y
tesoro, nuestra gloria y nuestro todo. Se trata, en una palabra, de que Jesús viva en
nosotros, que en nosotros sea santificado, que en nosotros establezca el reino de su espíritu,
de su amor y de las demás virtudes”.
Cristo nos ha pedido: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.
(Mateo 5, 48). “Busquen la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie puede ver a Dios”
(Hebreos 12,14).
La santidad designa la condición espiritual, eterna, omnipotente, que es exclusiva de Dios.
Por eso la Sagrada Escritura repite con insistencia que sólo Dios es Santo. La naturaleza de
Dios es la santidad. Por lo tanto, la santidad es sobrenatural y excede la posibilidad humana
de ser y de obrar. Ahora bien, Dios puede santificar al ser humano haciéndolo participar de
su vida divina y este puede ser santo en la medida en que viva la unión con Dios.
La santidad es pertenencia a Dios, y esta pertenencia se realiza en el bautismo, cuando Cristo
toma posesión del ser humano para hacerlo «partícipe de la naturaleza divina» (cf. 2 Pe 1, 4):
«Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre:
para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se
convirtiera en hijo de Dios» (San Ireneo de Lyon) «Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para
hacernos Dios» (San Atanasio de Alejandría).
Jesús es el regalo que contiene todos los regalos de Dios para el hombre, es la gracia, es el
verdadero reino de Dios, es el camino, la verdad y la vida, es el Pan de vida bajado del cielo,
es la vida eterna, es en quien el Padre se complace, es el modelo de hombre que el Padre
quiere, es el Mesías, nuestro Salvador, es la misericordia de Dios, en todo momento hizo la
VOLUNTAD DEL PADRE, que en un exceso de amor se entregó en la cruz y pagó por todas
nuestras culpas y nos liberó de las cadenas del pecado, y resucitando venció a la muerte y nos
dio nueva vida. Jesús es todo. Así lo vive SJE.
Jesús, introduce en la historia de la humanidad un nuevo principio de actuación que lo
transforma todo: “SEAN MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE ES MISERICORDIOSO” (Lc 6, 36).
Es Jesús quien nos escogió para que estemos con él (Mc. 3,14) y mostrarnos que Dios es un
padre misericordioso que nos ama con el mismo amor que lo ama a él. Jesús vino a salvarnos
y en el Sermón de la montaña nos mostró en las bienaventuranzas como vivir haciendo la
VOLUNTAD DEL PADRE. Jesús es la Voluntad del Padre.
Pero lo que brota en el corazón del hombre que ha tenido ese encuentro con Jesús y decide
seguirlo y reconocerlo como el Mesías, nuestro único Salvador y Señor de nuestra vida no es
el deseo de ser Santo, sino el incontenible anhelo de estar cerca de Jesús, permanecer junto
a Jesús, sentir que nuestra vida tiene un solo nombre por quien vivir, porque ya hemos
descubierto el verdadero y real sentido de nuestra existencia, Jesús. Ahí junto a él sentiremos
que nuestra eternidad comienza aquí en la tierra, por él, con él y para él, viviendo SU
mandamiento: “Ámense los unos a los otros como YO los he amado”. viviendo en un continuo
agradecimiento a quien me amó hasta el extremo sin yo merecerlo, y pagó por mis delitos
con su preciosísima sangre. Cuando se experimenta esto dentro nuestro, se siente un
terremoto que sacude nuestro interior y un gozo indescriptible que genera el valor de, a la
manera de los apóstoles y los primeros discípulos, para salir a inundar todo lugar donde
pasemos con el nombre de Jesús, y ver en las necesidades de cada hermano, la oportunidad
que Dios nos está dando para encontrarnos con él.
El que es Santo, no vive preocupado que grado de santidad tiene, sino que está enfocado
solamente en agradar a Jesús, en vivir haciendo la voluntad del Padre, y cada día tener un
mayor anhelo de Formar a Jesús en su corazón. Es Santo como consecuencia de una vida
entregada a gastarse en continuar y completar la vida de Jesús en la tierra.
Como sólo Dios es Santo, debo en oración pedir cada día con mayor insistencia la gracia de
tener el anhelo incontenible de configurarme con aquel que es único, total e infinitamente
Santo: Jesús; permitiendo y degustando que Su Santo Espíritu, sea el Espíritu de mi espíritu,
para vivir a la manera de Jesús haciendo la voluntad del Padre tal como el mismo Jesús nos lo
dice en el Sermón de la montaña.
Organicemos nuestro día según Jesús, en 7 pasos, permitiendo que su Santo Espíritu nos guíe
y ayude a desarrollar diariamente los hábitos que nos lleven a vivir en la voluntad de Padre:
1. Ofrecer el día: Dispongámonos a vivir lo que él ha preparado para nuestra misión hoy.
2. Oración: Vivir en un constante encuentro con el amado. Jesús con nosotros.
3. Hora Santa: “Nos transformamos en aquello en lo que hemos fijado nuestra mirada”.
4. Hacer las cosas ordinarias en forma extraordinarias: Hagamos todo con Amor.
5. Realizar obras de misericordia: haciendo una de Las 7 Corporales y las 7 Espirituales.
6. Hacer examen de conciencia: Revisión del día
7. Dar gracias a Dios por todo, todo el tiempo.

Luis O. Cacciatore A.
Asociado Eudista

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